Con esta foto empezó todo.

Año 2011, y como regalo de bodas mi primera cámara réflex.

Esperaba ese regalo, lo que nunca imaginé es cómo me haría sentir.

Si juntas una cámara réflex y la técnica requerida para manejarla, unas capacidades artísticas completamente nulas, una carácter bastante obsesivo y 4 semanas de tiempo libre…

El resultado no podía ser otro: 5000 fotos técnicamente correctas, pero sin pizca de emoción.

Momentos de frustración, obsesión y exigencia personal provocaron que me distanciase de la cámara, que me apartase de aquello que me hacía sentir.

Esperaba que la inspiración llamara a mi puerta y me hiciera salir del letargo en el que me encontraba.
Y de repente todo cambia.

Te implicas emocionalmente, sin pretenderlo, en un momento concreto: disparas, miras la pantalla de la cámara y algo te recorre el cuerpo, subiendo hasta los ojos.

Y la emoción salta a la vista.

Muy poca gente sabe de qué foto estoy hablando, pero a día de hoy me sigue emocionando hasta el llanto.

Creo firmemente en legado de Steve Jobs y su «conecting dots»: la vida es un conjunto de lecciones, un aprendizaje continuo en el que lo que has aprendido hoy no sabes si lo vas a necesitar saber mañana.
Así que cambio de chip… La técnica está ahí, y es una herramienta que nos permite hacer lo que queramos.

Pero, ¿qué es lo que quiero?

Quiero sentir tu emoción, estar ahí, de pie, con mi cámara en la mano, esperando que surja y congelarla para siempre.

Quiero darle vida a tus recuerdos, romper la barrera del tiempo, que el pasado no sea motivo
de olvido y con una simple mirada, una imagen te haga volver a sentir, volver a revivir
aquello que te hizo tan feliz.

¿Quieres que lo haga contigo?